Hay algo que busca. Revolotea. Se posa en su rama. Contempla el sol como quien se abisma sobre su herida abierta para curarse. Lo mira. Lo vuelve a mirar hasta convertirlo en su mandala. Su mandala. Aquel que lo salvará cuando amanezca, cuando los pétalos pueblen ese instante en el que ahora son solo pequeñas huellas, luz menguante.
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